martes, 30 de abril de 2013

De tintas verdes y contrarreformas (II). Clasismo y segregacionismo.



Nadie puede negar el tufillo neoliberal que se desprende de algunos puntos del anteproyecto de ley que hacen referencia a la productividad o a la empleabilidad, lo que puede suponer una cierta segregación ideológica en tanto en cuanto clasifica a los alumnos en función de su potencial rentabilidad económica para con la sociedad,  olvidando algo tan importante y tan obvio como que el objetivo de la educación no es la reducción de la prima de riesgo sino la formación de ciudadanos desde el punto de vista académico e intelectual.

Es igualmente innegable que el texto ampara la segregación por sexos en la enseñanza privada-concertada, aspecto este absolutamente rechazable en centros sostenidos con fondos públicos. 

Ahora bien, no es posible defender con argumentos serios que la ley fomentará el clasismo y  el segregacionismo a través de itinerarios selectivos y tempranos (porque si establecer itinerarios tempranos es segregacionaista, también lo sería la creación, como viene haciéndose desde hace tiempo, de grupos de diversificación para los alumnos más “justos” o grupos bilingües para los más “avispados”) como no puede tildarse de segregacionista la repetición de curso,  por ineficaz, pues a estas alturas ya no deberían quedar dudas de la nula eficacia que ha tenido la promoción automática.

En cuanto al clasismo, lo verdaderamente clasista es conformarse con un sistema educativo mediocre que impide a los alumnos socio-económicamente desfavorecidos progresar y llegar más lejos, si lo merecen, que aquellos cuya situación es, a priori, más acomodada. Para que lo primero no ocurra, es imprescindible: 

a) Concebir otras vías para aquellos alumnos que no pueden o no quieren aprender;

b) Tender a un sistema que premie el esfuerzo y el mérito;

c) Comprender que la igualdad nunca puede ser el punto de llegada sino el punto de partida.

lunes, 29 de abril de 2013

De tintas verdes y contrarreformas (I).



Que los políticos utilicen conceptos históricos sin el más mínimo rigor no es algo que deba sorprender a nadie. Puesto que en este blog el PP se lleva la mayor parte de los mandobles (y así debe ser porque es el partido que gobierna y porque no deja de hacer méritos), hoy quiero comentar algo sobre la nueva publicación digital denominada Tintaverde, procedente del Área de Educación de Izquierda Unida de Navarra, en la que se incurre en la falta de prudencia habitual en la izquierda menos ilustrada (o más anti-ilustrada). La revista acude al lema tinta verde para una marea verde, lo que evidencia que busca seguir la estela de la popular Marea Verde en defensa de la educación pública (la del “escuela pública de tod@os, para tod@s”). Escuchamos y leemos continuamente el listado de calificativos que se vinculan con la futura ley de educación. Con algunas pequeñas variantes (siempre hay que tener en cuenta el aderezo nacionalista), se incluyen los siguientes: sexista, segregacionista, mercantilista, recentralizadora, privatizadora, antidemocrática, competitiva, impuesta, adoctrinadora, antidemocrática y, cómo no, franquista (-“Tú no tienes valores, toda tu vida es nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo” -“¿Sabes? En Francia, con ese eslogan me habrían hecho presidente”-Woody Allen. Desmontando a Harry-). Izquierda Unida de Navarra, como otros sindicatos y grupos de la izquierda oficial, hablan además de contrarreforma.

Volviendo entonces al rigor histórico, todos sabemos que la Contrarreforma surgió como respuesta a la Reforma Protestante que, a su vez e influída por un cambio en la concepción del mundo a través del humanismo renacentista (con quien compartiría el ataque a la teología oficial, la afirmación del papel central del hombre en el universo y el interés por la libertad de aquel)  había pretendido acabar con los abusos de la Iglesia Católica. La Contrarreforma, reunida en el Concilio de Trento, supuso, entre otras cosas, la reimplantación de los tribunales de la Inquisición y la creación del Índice Librorium Proibitorium (lista de libros y dogmas contrarios a las ideas defendidas por la Iglesia Católica). Puesto que no se entiende una contrarreforma sin reforma previa, podemos afirmar que la comparación entre LOMCE y Contrarreforma no se sostiene, como no se sostendría la comparación entre las Reformas educativas anteriores (LOGSE-LOE) y la Reforma Protestante. No parece tampoco que con la LOMCE se pretenda quemar libros o recuperar la Santa Inquisición, pese a la vergonzosa protección que el PP dispensa a la enseñanza concertada (cuestión esta que a determinadas organizaciones, que han venido defendiendo la educación privada y la homologación salarial de los docentes de la concertada, molesta ahora de forma repentina y poco verosímil). Lo cierto es que precisamente las leyes anteriores son de todo menos reformistas en el sentido que estamos utilizando. Y lo que necesita nuestro sistema educativo es una auténtica reforma que devuelva a la escuela su función primigenia: la de transmitir conocimientos para formar ciudadanos (cosa que, por cierto, tampoco se conseguirá con la nueva ley).

jueves, 25 de abril de 2013

Con el carrito del helao. Las dietas de Caja Navarra (VI). Pasarela Fashion Week


Penúltima hora del caso de las dietas de Caja Navarra: parece que la Comisión de Personal y retribuciones de la CAN no aprobó las de la Permanente. El acta de la sesión extraordinaria que el órgano responsable de las remuneraciones de la entidad celebró el 23 de julio de 2010 únicamente cita a la Junta de Entidades Fundadoras, a quien se otorga un régimen equivalente al del resto de órganos ejecutivos de CAN. El documento, que da cobertura legal a las altas retribuciones percibidas por los cargos políticos en la entidad, no hace ningún tipo de referencia a la Permanente, ni tampoco a las "sesiones de reporte", como se conoce al órgano opaco en el lenguaje interno de Caja Navarra en sus primeros meses de existencia. 

La jueza que investiga el caso, y que ya ha imputado al ex presidente Miguel Sanz, al alcalde de Pamplona Enrique Maya, al ex Consejero de Economía Álvaro Miranda y a la presidenta Yolanda Barcina, ha llamado a declarar como testigos al presidente del Parlamento foral Alberto Catalán, al líder del PSN y ex vicepresidente del Gobierno de Navarra Roberto Jiménez, al Consejero de Educación José Iribas, al portavoz de UPN en el Parlamento Carlos García Adanero, al parlamentario socialista Samuel Caro y al ex Consejero y también parlamentario Javier Caballero. 

Me ha costado, debo reconocerlo, pero ya voy aclarándome y entendiendo un poco mejor todo este batiburrillo. 

Por lo visto, una cosa es el inmoral cobro de ingentes cantidades de dinero por asistir (e incluso por no asistir) a reuniones en las que la participación de determinados políticos nombrados por el Parlamento (o sea, por ellos mismos) eran similares a las de las chicas del telecupón dentro de un órgano, pese a todo, legal (la Junta de Fundadores) y otra el cobro, también inmoral, pero además de muy dudosa legalidad, dentro del denominado “órgano opaco” (la Comisión Permanente). 

Según declaraciones del ex presidente Sanz, quiso “despolitizar” (lo dijo, además, sin reírse) “el consejo” y por ello, en junio de 2010, se llevaron a cabo algunos cambios estatutarios en Caja Navarra para reemplazar a los cargos políticos por profesionales. La Junta de Entidades Fundadoras se constituyó con el propósito de mantener ligada a la CAN con sus entidades fundadoras, como un órgano consultivo y no vinculante en el que se integraron miembros del Gobierno foral y del Ayuntamiento de Pamplona y otros políticos escogidos por el Parlamento. Como los Estatutos de la Caja no contemplaban pagos por la asistencia a las reuniones, se estableció un régimen de dietas parecido al del resto de órganos de la entidad, para que no pasaran penurias Miguel Sanz, Yolanda Barcina, Álvaro Miranda, Javier Caballero, José Iribas, Carlos García Adanero, Alberto Catalán, Enrique Maya y Ana Elizalde, por UPN, y Roberto Jiménez y Samuel Caro, por el PSN, todos ellos agraciados (y los demás, desgraciados, claro). 

Esta Junta de Fundadores, de más que dudosa utilidad, se creó en 2010 y estuvo durante un año sin ningún sustento estatutario. Funcionó durante 12 meses y se disolvió tras revelar Diario de Noticias la existencia del “órgano opaco”, la Comisión Permanente, del que formaban parte, esta vez en exclusiva, miembros de UPN y cuya existencia desconocían, dicen, los propios miembros de la Junta. 

En junio de 2011 se aprobó el reglamento interno de Caja Navarra, que sí reflejaba la existencia de la Comisión Permanente, aunque su remuneración era desconocida por no aparecer las retribuciones de la Permanente en la memoria de la entidad. La Permanente la componían presidente y vicepresidentes de la Junta de Fundadores (presidente del Gobierno, alcalde de Pamplona y Consejero de Economía), es decir, Sanz, Barcina y Miranda. Después de las elecciones de mayo, el nuevo alcalde de Pamplona, Enrique Maya, se sumó a la juerga. Lo mismo hizo Miranda, que repetía como Consejero de Economía, y Barcina, la nueva presidenta del Gobierno. Sanz, que ya no estaba en el Gobierno, continuó en el órgano como ex presidente de Caja Navarra garantizándose este honor hasta los 75 años. 

La fundación de la Permanente se concretó en julio de 2010 en la Comisión de Personal y Retribuciones, aplicando el mismo régimen de dietas que el de la Junta de Fundadores como "sesiones de reporte", mediante cobro compatible con las dietas de la Junta, lo que multiplicó los ingresos de los miembros de esta exclusiva comisión, que celebró 16 sesiones en ocho días, doble sesión en cada jornada. La duplicidad de las dietas y sus cantidades -la cuantía total cobrada por Sanz podría alcanzar los 90.000 euros-, provocaron tal rechazo social que el Gobierno foral se vio obligado a suprimir ambos órganos cuatro días después de que el periódico lo desvelara. Después se supo que Barcina y Sanz doblaban las dietas con reuniones de media hora.

Conclusión: nuestros políticos se pueden clasificar en: amorales e inmorales. Los primeros son los que, desprovistos de sentido moral, entendieron que no había nada malo en forrarse de pasta sin hacer prácticamente nada. Los segundos son los que, sabiendo que se lo estaban llevando crudo, pretenden convencernos de que todo lo han hecho por la ciudadanía. Ahora queda saber si, además de amoralidad e inmoralidad, podemos hablar de ilegalidad (la jueza ha pedido que el Servicio de Criminología y el Equipo de Delitos Tecnológicos de la Guardia Civil investigue la creación de los archivos informáticos que contienen las actas de las sesiones de la Permanente por si pudieran haberse manipulado los archivos), en cuyo caso, confiemos, deberá haber consecuencias.

viernes, 19 de abril de 2013

¿“La educación no puede ser una carrera de obstáculos”?.


Comencé a tomar las primeras lecciones de guitarra a los nueve años. Aunque el tiempo ha nublado parte de mis recuerdos, parece que fue ayer cuando aprendía, primero, a sentarme bien, luego a coger el instrumento con naturalidad, a colocar la mano derecha sobre las cuerdas y la izquierda sobre los trastes, a relajar la espalda, a afinar la guitarra, a cambiar una cuerda. Un tiempo después comencé a pulsar una cuerda con un solo dedo, más tarde con dos alternando índice-medio, para llegar a la pulsación con el pulgar y, poco a poco, se fueron sumando dedos a la fiesta, incluso tocando al mismo tiempo. Anteriormente hube de aprender los rudimentos del lenguaje musical (entonces solfeo), es decir, a leer una partitura sencilla antes de intentar interpretarla. Haciendo una gran elipsis, llegamos a los tiempos en que dejo de ser estudiante (si es que alguna vez dejamos de serlo) y paso a ser intérprete. El método, a la hora de afrontar una nueva obra musical, no es menos sacrificado y acostumbra a tener dos vertientes que terminarán confluyendo: la técnica y la musical, la primera al servicio de la segunda. Hay un trabajo previo de lectura de la partitura, digitación (consistente es escoger qué dedos de una y otra mano intervendrán en cada momento) y análisis, aspecto este que entronca ya con la tercera y última fase, antes de la cual nos encontramos con el momento del trabajo más técnico: la observación de las dificultades, la resolución de pasajes que no funcionan y la repetición de mecanismos y recursos técnicos que permitan que las notas estén en su sitio y como deben. La última etapa es aquella en la que uno dilucida cómo quiere interpretar la obra y toma decisiones en cuanto a fraseo, dinámica, concepción musical … con el apoyo del mayor bagaje cultural y musicológico posible.

El proceso anterior, encaminado a la interpretación musical desde un punto de vista profesional, contiene en el fondo premisas similares a las de cualquier aprendizaje. Basta leer las “Instrucciones para subir una escalera” de Cortázar para constatar que todo aprendizaje, por básico que nos parezca, implica un esfuerzo. Olvidamos muchas veces que nos costó un esfuerzo aprender a atarnos los zapatos o andar en bici. Conducimos sin esfuerzo porque ya sabemos hacerlo. Cortamos sin problemas un filete porque nos enseñaron a hacerlo y lo repetimos muchas veces.

No pretendo con todo esto contar obviedades, sino defender que muchas veces nos complicamos la vida despreciando el pluralitas non est ponenda sine necessitate de Guillermo de Okham (la teoría de que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta) y olvidamos que, por mucho que nos empeñemos en buscar otros factores, para aprender siempre ha habido uno irreemplazable: el esfuerzo.

Determinada corriente de opinión (incluyendo un porcentaje no reducido de sindicalistas y profesores -esto último es, sin duda, lo más preocupante-) sostiene que la educación “no puede convertirse en una carrera de obstáculos”. ¿No? ¿No puede? ¿No debe? ¿Qué debe ser la educación sino un entrenamiento que permita al alumno superar los obstáculos que se va a encontrar una vez se integre en la sociedad? ¿Cómo va a adquirir las herramientas que se lo permitan si eliminamos los obstáculos? ¿Qué, excepto respirar, puede aprenderse sin esfuerzo? Hablamos constantemente de “conquistas sociales” que están siendo cuestionadas por “los poderosos”. Cierto, pero también el conocimiento y la cultura son conquistas, no dones divinos. Y requieren un esfuerzo. La educación, el conocimiento, no pueden regalarse. Ofrecerlos es una obligación y un derecho social, pero su aprovechamiento es una conquista. Es el alumno el que debe hacerse merecedor del conocimiento por medio de su esfuerzo. Demóstenes decía que quien no hace un esfuerzo para ayudarse a sí mismo, no tiene derecho a solicitar ayuda a los demás. Fue Demóstenes un ejemplo de perseverancia. Soñaba con llegar a ser un gran orador, pero no tenía dinero para pagar a sus maestros, ni tampoco conocimientos; además, era tartamudo. Pero se empeñó en asistir a los discursos de los filósofos y oradores más prestigiosos y decidió preparar su propio discurso. Fue un fracaso. El público no le dejó terminar y se mofó de él. Sus amigos le aconsejaron que aparcara su sueño. Pero Demóstenes se crecía ante la adversidad. Se afeitó la cabeza, ejercitó sus pulmones, se llenó la boca de piedras y se puso un cuchillo entre los dientes para forzarse a hablar sin tartamudear, pasó muchas horas ensayando frente al espejo. Años después, sería ovacionado durante un discurso y elegido embajador de la ciudad.

Impediremos que surjan más Demóstenes si creemos que la misión de la escuela es evitar los obstáculos a nuestros alumnos, pues de esta manera nunca aprenderán a afrontarlos solos. Alguien dijo que esta sociedad empieza a convertirse en un gran parque de atracciones. El problema no es solo ese, sino que además, la entrada es demasiado cara.

jueves, 18 de abril de 2013

Soberbia ignorancia




(...) 

Entiendo lo que me basta
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.

(...)

Lope de Vega. 
Romance sin título.

Elogio de la equidistancia (III). Equidistancia, política y sindicalismo.



NOTA: El título de este artículo hace referencia a lo que, en opinión de quien escribe, son las dos caras de una misma moneda: la política es la cara cutre; el sindicalismo, entendido a la manera tradicional, la casposa.

Recientemente, un sindicalista de cuyas siglas no quiero acordarme exponía su análisis del anteproyecto de ley educativa del PP. Entre los numerosos disparates proclamados, hubo algo que me dejó especialmente pensativo. Según el sindicalista, el PP "solo quiere mejorar los resultados estadísticos" mientras ellos, su sindicato, entienden que lo que hace falta es "mayor inversión".

No es la primera vez que en este blog rompo una lanza en favor de la equidistancia. Es este un principio que considero esencial, pues propicia una cierta mesura en los posicionamientos que me parece más que deseable en estos tiempos (y en todos).

La equidistancia es a veces incómoda y parece exigir de uno mismo más justificación que la que otros necesitan para sostener sus posiciones extremas. Pero hay ocasiones en que, felizmente, unos y otros lo ponen asombrosamente fácil. Es el caso del compañero sindicalista y, casi siempre, de los políticos. ¿En qué lado posicionarme: en el de la exigencia de inversión como condición sine qua non para la calidad de la enseñanza o en el del objetivo único de mejorar los resultados estadísticos y maquillar el índice de fracaso escolar? Nunca uno vio tan sencillo situarse en el término medio entre dos actitudes extremas (actitudes extremas que Aristóteles denominaba “vicios” en oposición a la “virtud” -un hombre es virtuoso cuando actúa rectamente de acuerdo con un "justo término medio" que evite tanto el exceso como el defecto, lo que requiere de un cierto tipo de sabiduría práctica a la que Aristóteles llamaba “prudencia” o phrónesis-).

Cualquiera con dos dedos frente entiende que la inversión en la educación pública es necesaria, pero pocos son capaces de defender con argumentos sólidos que el principal problema de nuestro sistema educativo es la falta de inversión. Por otra parte, todo profesor con una mínima experiencia en el aula y un pellizco de sentido común sabe que para acicalar las estadísticas basta con renunciar (más aún) a la mejora de la formación académica e intelectual de nuestros alumnos, es decir, basta con devaluar (más aún) el aprobado. 

Suponiendo que estas dos posturas, la del sindicato referido y la del Gobierno, fueran razonables (que no lo son) y que ambas convergieran (que no lo harán porque ni el primero se lo cree del todo ni el segundo quiere gastar), imaginando que realmente se invirtiera más dinero en educación y nuestro país escalara puestos en la clasificación de los informes internacionales, ¿habría mejorado la situación? No. Se mantendría la deficiente formación de los alumnos y, encima, seríamos más pobres. El falso axioma de “a mayor inversión, mayor calidad” conlleva un riesgo evidente: el olvido de que lo que se debe conseguir mediante una reforma educativa es la mejora real de la formación (en otras palabras: que los alumnos sepan). Lo otro es, o tirar el dinero de todos, o ponernos guapos por fuera mientras seguimos siendo muy poco agraciados por dentro. 

El Roto


lunes, 15 de abril de 2013

Viridiana, escraches y políticos



Xavier retoma en su blog un asunto que traté recientemente: los escraches. Encabeza su texto, con indudable acierto, “Escraches y chusma política”.  Y rememora dos películas: "La nuit de Varennes"  de Ettore Scola y "Stage Coach" de John Ford, ambas desconocidas para mí aunque me comprometo a intentar verlas después de su recomendación. 

La referencias y, sobre todo,  la frase de uno de los protagonistas de la cinta de Scola a la princesa, que no entendía cómo el pueblo podía ser tan desagradecido con su rey legítimo y le decía: “han descubierto que son pobres", me han hecho recordar esa gran obra de arte titulada Viridiana.

Pensando en escraches y en “chusma política”, no he podido dejar de asociar a María Dolores de Cospedal (me viene a la mente su imagen llevando a hombros al Cristo de la Caridad en la Semana Santa de Ciudad Real) con el personaje de Silvia Pinal, la de la maleta con la cruz de madera, la corona de espinas y los clavos; la que se sonrojaba cuando le ofrecían ordeñar una vaca; la que se probaba el corsé y los tacones de la difunta esposa de Don Jaime (Fernando Rey); la que rezaba con los pobres mientras los obreros trabajaban en la construcción; la que se sentía pecadora pero decidía finalmente “jugar al tute” con Jorge y Ramona, la criada y amante de este (“Desde que te vi la primera vez dije: mi primita Viridiana acabará jugando al tute conmigo”, decía Paco Rabal).

Asocio declaraciones como las de Ana Botella sobre la "dificultad añadida" que suponen los mendigos para la limpieza de las calles de Madrid con momentos de la obra maestra de Buñuel y me imagino a los pobres que incomodan a Ana Botella haciendo un escrache en la puerta de su chalet o quizás invitados para la cena en el día de Nochebuena. Me imagino al mendigo del velo y el corpiño con la mantilla de Cospedal y con el coro del Mesías de Haendel como telón de fondo…

Escraches aparte (ya dije en su día que no me gustan), la realidad, incómoda o no, está ahí, en la calle, en los escraches, en los desahucios, y no en FAES (recientemente, la Fundación que dirige el expresidente Aznar calificó a los participantes en los escraches de “filototalitarios”, “garrulos” e “inciviles” en el último número de sus “Cuadernos de pensamiento político” -es un decir, lo de “pensamiento”-). Hay pobres. Hay parados. Hay desahucios. Hay dramas. Una cosa es que no guste. Otra, tratar de convencernos de que no existen o de que las víctimas son los verdugos. 


Con el carrito del helao. Las dietas de Caja Navarra (V). Insidias.



Ya han declarado por el turbio asunto de las dietas el expresidente Sanz y el actual alcalde de Pamplona Enrique Maya. Lo que hemos conocido en relación con las dos comparecencias despeja cualquier duda que pudiera existir sobre la honorabilidad de ambos.

Miguel Sanz, que aseguró estar "encantado” de haber podido “aclarar desde la verdad más absoluta” su “participación y compromiso en Caja Navarra", afirmó, muy ofendido por las sospechas infundadas de la jueza (muy probablemente socialista): “jamás en mi vida me he lucrado de nada, nunca jamás. Y todo mi trabajo ha sido siempre puesto al servicio de Navarra y al servicios de las entidades a las que he representado". Sanz manifestó, visiblemente emocionado, que "no sabía lo que cobraba" en Caja Navarra y que "nunca ha considerado las dietas parte de su sueldo". El expresidente dijo también desconocer por qué se celebraban varias sesiones seguidas, negó que fuera él quien lo decidiera y añadió que tampoco sabía “quién había decidido” que esto fuera así. Al ser preguntado por qué en su caso no se aplicó el artículo de los Estatutos de la Caja que establece que "una sesión es una sesión dure lo que dure", respondió igualmente que no lo sabía.

El alcalde de Pamplona, por su parte, ha afirmado esta mañana que tiene "la conciencia tranquila" y que su actuación ha sido "correcta", tras lo que ha deseado que su comparecencia en el Juzgado "ayude a clarificar este asunto".  Sobreponiéndose a la situación de acoso a la que está siendo sometido, ha proclamado: "Si algo he recibido como educación es que las cosas se hacen con honradez y bien, y yo creo que las he hecho bien".

Después de esto, ¿todavía alguien es capaz de dudar de que estas dos personas han sido víctimas de una trampa con motivaciones políticas? ¿Quién puede recelar de “gente de bien” que dice haber sido educada en la honradez, que afirma desconocer el dinero que estaba cobrando y que ha tenido la integridad y altura moral necesarias para devolver el dinero motu proprio? Basta de infamias. Basta de acosar a personas decentes (y limpias). Basta de sembrar la duda y estigmatizar a ciudadanos que, sea lo que sea que hayan hecho, lo han hecho por nosotros y sin intención de molestar a nadie. ¿Es que estamos perdiendo el norte? ¿Es que no hay límites? Se empieza imputando a una infanta y se termina dudando hasta de quienes democráticamente han sido elegidos para representarnos. España no va bien. 


miércoles, 10 de abril de 2013

Elogio de la Academia y crisis de la educación. Xavier Massó.


En las sociedades occidentales, el proceso de adquisición de aquellos conocimientos que, dada su naturaleza, no es posible transmitir desde el entorno social inmediato del individuo, se estructuró históricamente a partir de  lo que conocemos como el modelo de la Academia. Desde Grecia hasta nuestros días, y bajo muy diversas formas, éste ha sido el modelo bajo el cual  la sociedad ha transmitido a las nuevas generaciones los conocimientos que  tenía adquiridos y cuya continuidad consideraba necesarios. Un modelo que hoy se anuncia en crisis y cuya estructura, en el sentido más originario del  término, consiste en el binomio docente-discente. 

Así comienza uno de los análisis más lúcidos que he leído sobre la actual situación de la enseñanza. Es el texto de la ponencia de Xavier Massó, titulada "Elogio de la Academia y crisis de la educación", que tuvo lugar en el marco del Primer Encuentro de Profesores, Asociaciones y sindicatos de Secundaria celebrado en el Ateneo de Madrid en noviembre de 2005 y cuya lectura considero imprescindible.

Se puede acceder al ensayo aquí.

lunes, 8 de abril de 2013

Elogio de la equidistancia (II): Equidistancia y revolución.

En estos tiempos de escraches, recortes, manifestaciones, en los que parece sonar constantemente el Estudio revolucionario de Chopin, uno, inevitable y afortunadamente, se ve obligado a reflexionar sobre todo lo que está sucediendo.

Chopin compuso su estudio nº 12 op 10 en un momento en que los ciudadanos se unían para luchar por la libertad, entendida esta como la rebelión ante la imposición. Varsovia se levantaba contra las tropas rusas, pero sería sometida. Hoy, como entonces, los poderosos imponen sus normas, deciden a qué jugamos, marcan las cartas, obtienen beneficio a nuestra costa. Somos muchos los que creemos que hay que darle la vuelta a la situación, que hemos tocado fondo y que no queda otra que empezar a resurgir buscando nuevos caminos, nuevas fórmulas, nuevos sistemas, que es momento de desterrar el “si esto se ha hecho así toda la vida”, cerrar una etapa agotada y pasar a otra.

No es sencillo. Del individualismo romántico que luchaba por la libertad hemos pasado a los movimientos globales y las mareas multicolores que a menudo llevan a la disolución en la masa. Sufrimos el incesante bombardeo de los medios de comunicación, la multiplicidad de opiniones personales “autorizadas” a través de la redes sociales, la caducidad inmediata de la noticia, la manipulación por sobredosis informativa y parece que todos estamos obligados a posicionarnos en uno u otro extremo. Malos tiempos para la lírica, decía Brecht. Malos también para la mesura, la templanza, la sophrosyne de Platón (“Así pues, es el alma lo primero que hay que cuidar al máximo, si es que se quiere tener bien a la cabeza, y a todo el cuerpo. El alma se trata, mi bendito amigo, con ciertos ensalmos. Y estos ensalmos son los buenos discursos. Y de estos buenos discursos nace en ella la sophrosyne. Y, una vez ha nacido y permanece, se puede proporcionar salud a la cabeza y a todo el cuerpo” -Cármides-). 

No me gusta que se atosigue a los políticos en la puerta de su casa. No me gusta y punto. No comparto la forma, aunque comparta el fondo. Entiendo la desesperación de quien se ha visto desahuciado y de aquellos que están sufriendo la crisis de manera inmisericorde e injusta, pero no soy partidario de este tipo de actuaciones. Ahora bien, no acepto que se califique a estas personas como terroristas o nazis. Si hubiera de elegir, sin dudarlo me pondría del lado de la plataforma. Pero no quiero escoger. No tengo por qué situarme en ninguno de los dos puntos ni admito que mi equidistancia se confunda con cobardía o ausencia de compromiso. Mi postura es la que es: me da auténtico asco la comparación escupida por varios dirigentes del PP, pero no apruebo determinadas conductas. Si alguien quiere llamarlo tibieza, puede hacerlo. Yo me quedo con Platón.  Y, por supuesto, con Chopin.



Arturo Pérez-Reverte. El maestro de ajedrez.


Visito un pequeño club de ajedrez, en una ciudad de provincias. Un lugar agradable, en cuyo salón hay una docena de mesas con tableros, piezas y relojes de juego. Por las tardes se dan clases infantiles, y la de hoy corresponde a niños de seis a diez años. Es la hora de salida del cole, y los pequeños cabroncetes llegan acompañados por los padres, con mochilas multicolores, anoraks y gorros de lana. Con sus inocentes caras de panoli, en contraste con esas miradas perspicaces a las que nada escapa. Saludos, conversaciones, risas. Bullicio. Nueve chicos y tres chicas. Se conocen de clases anteriores, y algunos vienen del mismo colegio. Bromean entre ellos, hablan con naturalidad de jugadas, ejercicios de ajedrez y partidas pasadas. Tiene gracia ver a renacuajos de seis años hablando con aplomo de mates del pastor y de reyes ahogados. Sorprende que hasta los más pequeños se comporten como veteranos, con la seguridad de quienes están familiarizados con las piezas y el tablero. También los padres cambian impresiones. No puedo evitar mirarlos con admiración. Con respeto. Nadie los obliga a que sus hijos aprendan ajedrez. Es más cómodo llevarlos a un parque, o a casa, y ahorrar los treinta euros al mes que cuestan las clases. Quienes puedan pagarlos. Pero aquí están, puntuales como cada miércoles. Dispuestos a esperar mientras sus enanos juegan. Aprenden. Cuajan.

No se trata de hacer campeones. Mi amigo Leontxo García, paladín del ajedrez infantil, lo ha dicho muchas veces: es una estupenda actividad complementaria para los pequeños, porque es divertida y porque los acostumbra a pensar antes de hacer las cosas. Además, un niño familiarizado con este juego puede mejorar hasta un 17 por ciento su capacidad intelectual -hay conexión directa entre la lógica del ajedrez y la lógica matemática- y también su comprensión lectora, pues el tablero ayuda a interpretar signos, asociarlos y sacar conclusiones. Los padres que traen a sus hijos son conscientes de eso. Saben que así los dotan de otra herramienta útil para moverse por el territorio hostil que siempre, al cabo, resulta ser la vida. Con tres elementos añadidos, importantes para la educación de un niño: la conciencia de que existen reglas, el respeto por el adversario -en el ajedrez y en la calle siempre habrá alguien más listo que tú- y acostumbrarlo a encajar victorias y derrotas con naturalidad. Con elegancia.

Llega el maestro de ajedrez: un individuo de aire malhumorado, sobre los cincuenta años. No tiene aspecto simpático. Con dos palmadas hace que los niños ocupen sus lugares y dispongan las piezas. Luego pide a los padres que desaparezcan. Que se larguen. Nada de ver cómo juega mi chaval, ni de nenes haciendo monerías para sus papis. El ajedrez no se juega en familia. Obedecen todos; pero como no soy padre y estoy de visita, me quedo en la puerta con algún otro progenitor, mirando de lejos. Al profesor no le hace gracia -nos dirige una mirada hostil- pero al cabo decide fingir que no nos ve. Y empieza la clase.

Lo que asombra, desde el principio, es la disciplina. Acostumbrados como estamos a que sean los enanos quienes dan el tono, el contraste es notable. Ha bastado la presencia del profesor para que todos se callen y jueguen. Aperturas, gambitos. Todo ocurre con insólita seriedad infantil. De codos en la mesa, los niños alargan la mano para mover una pieza, miran al contrincante. El silencio y el orden son absolutos. El maestro de ajedrez pasea severo, mirando los tableros. Haciendo una indicación a este o aquel jugador. Los niños obedecen en silencio, respetuosos. Tan formales que dejan estupefacto. No puedes evitar acordarte de tus maestros de infancia, cuya sola presencia bastaba para imponer disciplina a toda una clase. Y es que, concluyes, éste es un lugar privado. Aquí no hay docencia psicopedagógica políticamente correcta, sino un maestro docto en lo suyo, disciplina y niños deseosos de aprender: alumnos voluntarios que aceptan las reglas. En críos de su edad, eso resulta tan fascinante que acabas preguntándote hasta qué punto escenas así no siguen siendo necesarias. Hasta qué punto los viejos maestros como siempre fueron -severos, sabios, infundiendo respeto-, no hacen mejores a quienes tutelan. Y cuando uno de los niños mira a otro y dice algo en voz baja, distrayéndose del juego, observo que el maestro de ajedrez se acerca y le da una ligera colleja: un pescozón de toda la vida, que devuelve la atención del chico a su tablero. Algo que en un colegio de ahora podría costar al profesor un disgusto, un expediente, un titular en los periódicos. Y que desde la puerta, en donde curiosea conmigo, el padre del niño acoge con un movimiento de cabeza resignado, y con una sonrisa.

miércoles, 3 de abril de 2013

Comisiones de servicio. La sombra de una duda.



Como en la obra maestra de Hitchcock que protagonizara Joseph Cotten, las comisiones de servicio que concede el Departamento de Educación del Gobierno de Navarra se encuentran desde hace tiempo bajo sospecha. Según contaba Plutarco, el patricio romano Publio Clodio Pulcro, dueño de una gran fortuna y dotado con el don de la elocuencia, estaba enamorado de Pompeya, la mujer Julio César. Tal era su enamoramiento, que en cierta oportunidad, durante la fiesta de la Buena Diosa -celebración a la que sólo podían asistir las mujeres- el patricio entró en la casa de César disfrazado de ejecutante de lira, pero fue descubierto, apresado, juzgado y condenado por la doble acusación de engaño y sacrilegio. Como consecuencia de este hecho, César reprobó a Pompeya, a pesar de estar seguro de que ella no había cometido ningún hecho indecoroso y que no le había sido infiel, pero afirmando que no le agradaba el hecho de que su mujer fuera sospechosa de infidelidad, porque no basta que la mujer del César fuera honesta; también tenía que parecerlo. No piensa así este Departamento pues, si lo hiciera, permitiría al menos un poco de luz en todo este asunto de las comisiones (de servicio). Me explicaré.

Una comisión de servicios consiste, grosso modo, en la asignación a un funcionario de una labor que no es la habitual o del cometido que tiene asignado pero en un destino (una plaza) que no es el suyo/a y que, por el motivo que fuere, le interesa más.

Existe un tipo particular de comisión de servicios ( el resto de la tipología y sus intríngulis los analizaremos otro día) cuya denominación es “comisión de servicios asignada a centro concreto”. En estas comisiones de servicios, sucede lo siguiente: un centro implanta un proyecto educativo para el que requiere un docente de un determinado perfil que no se encuentra en plantilla. Solicita al Departamento de Educación la aprobación de ese proyecto y escoge directamente la persona que considera idónea con nombre, apellidos y DNI. Esta necesidad que ha surgido en este centro es conocida de forma privilegiada por la directiva del centro, la persona afortunada a la que se le va a conceder y el Departamento de Educación. Nadie más. Esto significa que, excepto el agraciado o agraciada, ningún otro funcionario podrá optar al desempeño de esa labor, puesto que la información que ofrece el Departamento se limita a la notificación de la persona a quien se ha asignado la comisión de servicios.

A nadie se escapa que lo sensato, razonable y transparente sería llevar cabo este sistema de la siguiente forma: el centro decide la creación de un programa educativo; el Departamento, si lo considera interesante (dejamos también para otra ocasión el supuesto interés de determinados proyectos), lo aprueba, publicita esta necesidad y establece un plazo para la presentación de solicitudes; todos aquellos funcionarios que reúnen los requisitos la presentan; se realiza una prueba o concurso de méritos o lo que  se determine y se asigna la plaza a la persona más adecuada. Pues bien, esto al Departamento de Educación no debe parecerle ni sensato, ni razonable, ni transparente, porque hace todo lo contrario.

Sospechas aparte, jurídicamente hablando la Resolución del Departamento de Educación (por la que se aprueban las instrucciones para la adjudicación de destinos provisionales, en prácticas y en comisión de servicios) vulnera el principio de igualdad y supone una discriminación con objeto de favorecer a unos funcionarios en detrimento de los demás, incurriendo en un vicio de desviación de poder e infringiendo los artículos 23.2 y 14 de la Constitución Española. Asimismo, es contrario a Ley y a los principios que deben regular el acceso a la función pública. El hecho de que sean los servicios responsables de los programas quienes remitan al Servicio de Recursos Humanos una relación única con las comisiones de servicios propuestas adjuntando la conformidad de las personas interesadas infringe las propias bases de la resolución objeto de recurso, toda vez que obvia la oferta pública previa que debe existir. En definitiva, que la resolución vulnera los principios de igualdad, mérito, capacidad y publicidad, consagrados en los artículos 23.2 y 103 de la Constitución española que garantizan la igualdad de oportunidades en el acceso a la función pública con arreglo a las bases y al procedimiento de selección establecido para asegurar su aplicación por igual a todos los participantes e impedir que la administración, mediante la inobservancia o la interpretación indebida de lo dispuesto en la regulación del procedimiento de acceso, establezca diferencias no preestablecidas entre los distintos aspirantes.

La resolución va más allá al permitir incluso la concesión de comisiones fuera de plazo al admitirlas "en circunstancias sobrevenidas de carácter excepciona!", sin ni siquiera definir las circunstancias, ni la excepcionalidad, ni el órgano que determina todo ello haciendo de tal frase un cajón de sastre que permite dar los puestos arbitrariamente y sin cumplimiento de las normas que deben presidirlas.

Así, ni la mujer del César parecería honrada ni el mismísimo Joseph Cotten/tío Charlie inspiraría menos confianza.

 

Con el carrito del helao. Las dietas de Caja Navarra (IV). No habrá paz para los malvados.



La cúpula de UPN, ante la justicia de la magistrada instructora. Miguel Sanz, Enrique Maya y Álvaro Miranda, imputados.

Como en la excelente película de Enrique Urbizu, en la que la Juez Chacón, rigurosa y perseverante, investiga e investiga para dar con la verdad, la Juez Benito, del Juzgado de Instrucción número 3 de Pamplona ha acordado citar a declarar como imputados al ex presidente del Gobierno de Navarra Miguel Sanz, al alcalde de Pamplona, Enrique Maya, y al ex consejero del Gobierno de Navarra Álvaro Miranda, en el marco de su investigación por el cobro de dietas de Caja Navarra.



Ha solicitado además al Departamento de Economía y Hacienda del Gobierno de Navarra que le remita "las autorizaciones que existan en relación al cobro de dietas por asistencia y desplazamiento, y condiciones en su caso para percibirlas, así como cualquier otra condición o presupuesto que pueda haberse establecido para su cobro".

La juez había dictado recientemente un auto en el que rechazaba remitir a la Audiencia Nacional la investigación de las dietas de Caja Navarra y señalaba que el cobro de estas cantidades tenía "un sustento cuanto menos dudoso", pues podían constituir "un delito de cohecho, que es consustancial al delito de prevaricación por omisión cuya competencia se atribuye a este Juzgado". El auto señalaba que "las personas que estaban recibiendo estos pagos presuntamente injustificados eran las mismas que debían llevar a cabo la labor de inspección de la gestión de la entidad pagadora y la definitiva calificación que se realice de ellos dependerá del curso de la causa".

Según Diario de Noticias, poco amiga de los personalismos y de los focos ajenos a su trabajo, la trayectoria profesional de Mari Paz Benito habla por ella. Quizás hoy, si abre este periódico o se lo cuentan, a Mari Paz Benito se le desdibuje su habitual sonrisa al ver su nombre en letras capitulares. Ni siquiera este perfil biográfico sería de su gusto, porque entiende su profesión desde el anonimato y la humildad, el estudio, la reflexión y la vocación y, por tanto, lo de ser el foco de los flashes y el sujeto de los titulares no va mucho con ella. Lo dejaba claro en una entrevista: "No me gusta que se den nombres de jueces, ni que los jueces den su nombre. La Justicia debería ser anónima: un juez tiene que hablar a través de sus sentencias", declaraba a Nuestro Tiempo al ser nombrada juez decana en 2010. Premio Aranzadi Fin de Carrera en 1998 tras haber estudiado Derecho en la Universidad de Navarra y haber obtenido 41 matrículas de honor, la pamplonesa Mari Paz Benito Osés, que cumplió 38 años el pasado marzo, es la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Pamplona desde 2003. Su primer destino fue el Juzgado de Instrucción número 2 de Tafalla, ciudad a la que ya estaba muy unida por ser la cuna de su madre, y de donde se marchó encantada de la vida. De ahí recaló en su destino actual, cuando ascendió a magistrada.

Continuará…

martes, 2 de abril de 2013

Memoria crítica. Antonio Muñoz Molina.



En España algo que nunca ha faltado son los defensores de la ignorancia. Tradicionalmente, solían pertenecer a los gremios más reaccionarios, y por lo tanto más interesados en la sumisión analfabeta de las mayorías. Nada como la ignorancia para asegurar la fe en los milagros y la reverencia hacia los terratenientes, y para asegurarles a estos las masas de jornaleros dispuestos a trabajar a cambio de salarios de limosna en sus latifundios, y en caso necesario a dejarse poner uniformes y a servir de carne de cañón en las guerras, marcando el paso en los desfiles ante el Santísimo y la bandera a los sones de un pasodoble patriótico. Predicadores de los catecismos socialistas utópicos del siglo XIX alentaban con una misma elocuencia las cooperativas obreras y la instrucción pública, y las primeras mujeres rebeldes que reclamaban la igualdad con valentía inaudita celebraban el aprendizaje y el conocimiento como herramientas necesarias para conseguirla.

Los socialistas y los anarquistas competían fieramente y a veces violentamente entre sí, e imaginaban paraísos obreros incompatibles, pero tenían en común una pasión idéntica por la educación. El saber mejoraba y liberaba; la ignorancia embrutecía. La reacción levantaba iglesias, cuarteles, conventos, plazas de toros; ser progresista —noble palabra liberal que en nuestra juventud quedó encogida y amputada y caricaturizada en el término “progre”— significaba, prioritariamente, levantar escuelas e institutos de enseñanza media desde los cuales irradiara el entusiasmo del conocimiento, la eficacia práctica y cívica de la racionalidad. Aprender mejoraba la vida de las personas y fomentaba la prosperidad del país, al permitir el despliegue colectivo de las formas más variadas del talento individual. En medio de las nieblas místicas del 98, inteligencias tan apegadas a la realidad de las cosas como la de Joaquín Costa, Giner de los Ríos y Santiago Ramón y Cajal proponían remedios muy semejantes para sacar al país del atraso y la abismal injusticia: escuela y despensa, regadíos, preparación técnica y científica, trabajo fértil y no humillante, estudio. A la II República le dio tiempo a hacer pocas cosas, pero algunas de las prioritarias fueron las escuelas y los institutos, y unos planes de bachillerato tan rigurosos que ni el franquismo pudo desguazarlos del todo. Que los matarifes del ejército sublevado en julio de 1936 se dieran tanta prisa en ejecutar a los maestros de escuela es el indicio de otro orden de prioridades.

Una de las sorpresas más desagradables de la democracia fue que la izquierda abandonara su viejo fervor por la instrucción pública para sumarse a la derecha en la celebración de la ignorancia. Y así se ha dado la paradoja de que al mismo tiempo que se cumplía el sueño de la escolarización universal triunfaba una sorda conspiración para volverla inoperante. La izquierda política y sindical decidió, misteriosamente, que la ignorancia era liberadora y el conocimiento, cuando menos, sospechoso, incluso reaccionario, hasta franquista. En otra época los argumentos contra el saber oscilaban entre un amor roussoniano por el niño como buen salvaje y una afición maoísta por convertir la mente en una pizarra en blanco en la que se inscribirían con más facilidad las consignas políticas. Ahora, como no podía ser menos, los celebradores del analfabetismo feliz echan mano de las nuevas tecnologías: ¿Quién necesita aprender nada, si todo el conocimiento está fácilmente, risueñamente disponible, con solo teclear en un teléfono móvil? Gracias a Internet, ejercitar y alimentar la memoria es una tarea tan obsoleta como aprender a cazar con arcos y flechas. Lo que hace falta no es embutir en los cerebros infantiles o juveniles “contenidos” que en muy poco tiempo se quedarán anticuados, y a los que en cualquier caso se puede acceder sin ninguna dificultad, sino alentar “actitudes”, otra palabra fetiche en esa lengua de brujos. Que el niño no aprenda, sino que aprenda a aprender, repiten, que desarrolle su creatividad, espíritu crítico, a ser posible transversalmente, etcétera.

Tanta palabrería de sonsonete científico encubre nociones extraordinariamente primitivas sobre la inteligencia y sobre la memoria: como si ésta fuera un fardo que pesará más cuanto más se cargue en ella, un almacén en el que los conocimientos aguardan a ser reclamados, como se recupera un archivo en un ordenador. Ni la curiosidad, ni el espíritu crítico, ni la tan celebraba creatividad se sustentan en el vacío. En los estudios más competentes sobre el funcionamiento de la inteligencia creativa se descubre cada vez más el valor de lo que se llama “working memory”: la memoria que trabaja, la memoria activa, la que compara ágilmente una experiencia inmediata con otras anteriores o con ejemplos aprendidos en los repertorios culturales, la que al poner juntos elementos en apariencia lejanos entre sí descubre conexiones y posibilidades nuevas. Es una poderosa y muy bien adiestrada memoria visual la que permite a un artista vislumbrar lo excepcional en lo común, lo semejante en lo que parecía diverso —y también a distinguir entre lo verdaderamente nuevo y la moneda falsa de la moda, y a saber que en la plena originalidad hay siempre un fondo inmemorial de experiencia del mundo—.

El conocimiento histórico o científico no son fardos inertes que estarán esperando a ser consultados en la Wikipedia, igual que un aparador inútil que acumula polvo en un guardamuebles. Lo que sabemos del pasado sucede en el presente, porque nos ayuda en la tarea imperiosa de intentar comprenderlo, y por lo tanto nos pone en guardia contra las manipulaciones y los groseros embustes a los que son tan aficionadas las castas políticas y los ideólogos. Sin una conciencia histórica informada y activa no hay manera de valorar lo que sucede ahora mismo, porque no hay términos de comparación con lo que sucedía hace muy poco o hace mucho; y tan necesaria como la conciencia histórica es un grado solvente de conciencia geográfica: la idea tribal de que el lugar de uno es el centro del mundo tendrá menos fervorosos adeptos si en la escuela y en el instituto se enseña la amplitud y la variedad de los paisajes y de las formas de vida.

Que tanta información sea ahora inmediatamente accesible es una razón más para instruirnos en el rigor del conocimiento, no para desdeñarlo como innecesario: igual que la sensibilidad literaria se educa leyendo, y el oído escuchando, y la mirada viendo arte, la inteligencia crítica se afila aprendiendo a distinguir la información sólida y contrastada de la propaganda, el bulo y la calumnia. El saber despierta el apetito de saber más; la ignorancia sólo alimenta ignorancia y desgana.

En la izquierda, cualquier crítica del estado actual de la educación activa como un anticuerpo la acusación de nostalgia del franquismo. La derecha se ríe con esa sonrisa cínica del ministro de Educación: ellos van a lo suyo, a desmantelar lo público y favorecer los intereses privados y el dominio de la Iglesia, y en cualquier caso siempre tienen medios para costear estudios de élite y másteres a sus hijos. Es la clase trabajadora la que paga el precio de tantos años de despropósitos. De nuevo la ignorancia es el mayor obstáculo para salir de la pobreza. Quizás no falta mucho tiempo para que aparezcan de nuevo visionarios que vayan predicando por los barrios populares la utopía liberadora de la instrucción pública.

Publicado en El País.