miércoles, 21 de octubre de 2015

Educar o enseñar. El papel de la escuela y el de los padres (I)


La confrontación entre los conceptos “enseñanza” y “educación” no deja de ser un tanto artificial, aunque no podemos negar que este enfrentamiento se da entre las gentes que tenemos relación con la enseñanza, la educación, la instrucción o como queramos llamarlo. Y viene bien discutir sobre esto, aunque solo sea para darnos cuenta de que lo importante no es tanto qué nombre le pongamos como la forma en que lo hagamos y muy especialmente lo que queremos conseguir. La realidad, reconozcámoslo, es que hay quien se siente incómodo cuando se dice que el profesor ha de educar y también quien prefiere hablar de educación porque hablar de "enseñanza" le parece poco lucido.

Mi opinión sobre este asunto es que ambas ideas son perfectamente válidas a la hora de definir el oficio docente, al menos a priori. Otra cosa es que pudiéramos discutir (y mucho) sobre lo que entendemos que debe hacer un profesor, sobre las prioridades y los objetivos principales de su labor. En cualquier caso, debo decir que a mí ninguna de estas dos palabras me desagrada. No obstante, veremos enseguida algunos matices que nos permitirán encontrar ciertas diferencias entre ellas.

Antes que nada, entiendo que "educar" puede ser un concepto más global que "enseñar". Podríamos decir que la educación abarca la enseñanza (o que esta se encuentra incluida en la anterior) y que la enseñanza es la actividad que se fundamenta en la transmisión de una serie de contenidos académicos y también de valores. Esta segunda parte, la de los valores, resulta también controvertida, pero todo depende, en mi opinión, de a qué valores nos estemos refiriendo. Luego volveré sobre esta cuestión. Digamos entonces que:

1.- Educar consiste, ateniéndonos al Diccionario de la Lengua Española, en "dirigir, encaminar y doctrinar", palabra esta con unas connotaciones importantes que provocan cierto recelo. La segunda acepción establece el doble objetivo de "desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven". Si acudimos a la última acepción, leemos: "enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía". Vemos, por lo tanto, que dentro de la idea de "educar", hay un parte importante relativa a valores tanto de urbanidad (lo que todos conocemos como ser educado o maleducado) como de moral y otra que tiene que ver con las facultades intelectuales, que asociaríamos enseguida con la palabra "enseñar".

2.- Enseñar, también según la RAE, se define como "instruir" (una idea que vinculamos con el conocimiento de las distintas materias o disciplinas en que se divide el saber) o "doctrinar", que a su vez tiene dos sentidos: "instruir a alguien en el conocimiento o enseñanza de una doctrina" e "inculcarle determinadas ideas o creencias". Son dos significaciones que, aunque vienen en la misma definición, pueden parecer contradictorias, pues una cosa es la ciencia y otra la creencia (al menos para una persona sensata e ilustrada) y la misma palabra "doctrina" puede definirse como "ciencia o sabiduría", pero también, ojo, como "conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas"... Es decir, tanto "enseñar" como "educar" parecen estar entre dos nociones que se pretenden contraponer y quizás no deberían y que podríamos redefinir, según esta dialéctica, como: “enseñanza académica” y “educación cívico-moral”. Lo que ocurre es que, analizando el significado de estos dos términos, comprobamos que la diferenciación no es tan nítida como pudiera parecer y que quizás sean nuestros propios prejuicios los que nos llevan a aceptar con más gusto uno que otro.

Desde el punto de vista de la etimología, educar lleva la raíz latina ducere (educare, educere), que proviene a su vez de una raíz indoeuropea (-deuk) que significa guiar o conducir, De igual modo, la palabra griega pedagogo sugiere conducir al niño (paidós- niño- y agogós -que conduce-). Pero es que también enseñar viene del latín insignare, que quiere decir señalar (signare) hacia (in), esto es, orientar sobre el camino a seguir. La conclusión es que ambas sugieren prácticamente lo mismo. Sin embargo, yo diría que lo verdaderamente importante es discutir cómo entendemos esta labor de guía que debe asumir el adulto en relación con el menor y el maestro en relación con el discípulo y cómo debe repartirse entre las dos instituciones principales que asumen esta tarea tan esencial. 

Para explicar mi postura, pondré un ejemplo: cuando alguien se pierde en un lugar que visita por primera vez, un recurso habitual es preguntar al autóctono. La razón es simple: este conoce lo que el anterior ignora. En esta relación desigual, ni el foráneo pretende imponer o humillar ni el oriundo se siente sometido o ultrajado. Tampoco a ninguno de ellos se le ocurre hablar de ausencia de democracia. Se da por hecho que uno sabe lo que el otro no, que uno ayuda a quien lo requiere, que el primero quiere auxiliar y el segundo ser amparado, que la correlación entre ambos no es horizontal sino vertical. En la enseñanza, situaciones tan naturales son llevadas al absurdo cuando se quiere vincular al discípulo y al maestro de manera horizontal, cuando se sugiere que ambos deben situarse en el mismo plano o que el conocimiento que atesora el docente lo tiene el discente a golpe de “click” (o sea, en internet, ese océano de información y desinformación en función de la formación). Lo que uno no imaginaría en otros contextos, en la enseñanza constituye el pan de cada día. Si la relación inevitablemente jerárquica entre el alumno y el profesor se ha desvirtuado, otro llamativo desbarajuste es el que tiene que ver con el papel del padre y el del profesor, o lo que es lo mismo con la línea que separa, no siempre de forma nítida, el trabajo del docente y la responsabilidad del progenitor. Creo que para poder resolver esta duda es imprescindible clarificar qué debe ambicionar un sistema público de enseñanza. 

Continuará. 


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