viernes, 15 de enero de 2016

Podemos y el anti-elitismo emocional


Hace ya tiempo que hablar de elitismo resulta sospechoso. Mal síntoma que suene mal la aspiración a que nos gobierne una minoría selecta. Debe ser que algunos prefieren una minoría corriente. O sea, como ahora.

Los recientes acontecimientos en el Congreso de los Diputados, que no son más que anécdotas, pese a que alguno se haya escandalizado (no es mi caso, desde luego, pues encuentro más ridículo que ofensivo el postureo), estudiados gestos que buscaban (con evidente éxito) eso que los barrocos llamaban mover los afectos y que hoy, rebajado al nivel medio de una sociedad vulgar, podríamos llamar sencillamente "llegar a la gente", han puesto de manifiesto hasta qué punto la política se ha convertido definitivamente en una vertiente más de la industria del entretenimiento. No ha ayudado, es cierto, el desengaño generalizado ante la clase política y el también generalizado desprecio de la sociedad a todo político que pase de los cuarenta, vista traje y corbata o pertenezca a un partido de los denominados tradicionales (o sea, a la "vieja política"). La cosa es que hoy, lo que se echaba de menos, "lo que se lleva", no es la honradez, la frescura en las ideas, el rigor en los planteamientos, la crítica constructiva o la capacidad de persuasión, que son, a mi modesto entender, las cualidades que podrían ayudarnos a recuperar la fe en la política. No, lo moderno (que no es bien antiguo) es manejar los tiempos, acertar con los eslóganes, encontrar la imagen adecuada, dar con la estrategia... y para ello, como a partir de la LOGSE, lo más eficaz es adaptarse a los mínimos, analizar al votante medio y pensar en él. Nada de selectas minorías. La masa es la que importa.

Como David Bisbal, Pablo Iglesias se golpea el pecho, mano en el corazón, para dar a entender a su público que hay una sintonía entre ellos que nadie les podrá arrebatar. Han conectado. "Os quiero, tíos. Siempre os llevaré dentro. Sois lo más". La conexión en uno u otro caso está muy calculada. Los futboleros dirían que se trata de una táctica resultadista. Mensajes claros, afectivos, cercanos, elementales. Se trata de visibilizar, establecer vínculos, lograr popularidad, que el público se sienta identificado, escuche, lea, vea lo que necesita escuchar, leer y ver.


Antes de que alguien se apresure a calificarme de            (pongan en el espacio lo que prefieran), aclaro: no tengo nada contra Podemos ni considero que los partidos de siempre sean más limpios, más cualificados o más desinteresados. Ya sé lo que hay. Vivo en España. Mi crítica, mis reflexiones, están dirigidas a las nuevas formas de hacer política, pero no tanto hacia quienes las elaboran sino a quienes las padecen. Estoy lamentando que un partido nuevo piense que recurrir a este tipo de maniobras (como el bebé de Bescansa, que también en Pablo y en Íñigo descansa) le va a dar resultado (y es que se lo da, oigan). Estoy manifestando mi pesar ante el panorama que se avecina. Una vieja política sin signos aparentes de renovación y una nueva política que tiene pinta de política de consumo, rebosante de marketing y afán publicitario, ambigua en sus aspiraciones (¿anti-sistema o reformista?) y, sobre todo, en sus prestaciones. Vayamos ahora con esto: las prestaciones.

Es obvio que llevar rastas no implica ni más ni menos capacidad para ejercer la labor de diputado. Podemos discutir si es o no digna de estimación la capacidad de adaptar la propia apariencia al contexto en que uno ha de desenvolverse, si es (o no) algo positivo acudir con un determinado aspecto a un lugar al que se acude en representación de otros. En cualquier caso (y dejando a un lado el exabrupto de Candy Villalobos por higiene mental) es una cuestión menor. Ahora bien, si el peinado de un político no debe condicionar la valoración de su capacidad, hay algo que sí la determina: sus declaraciones, porque, supuestamente, reflejan sus ideas y sus intenciones. Y Alberto Rodríguez, como Errejón, tienen muy claro que las críticas a las "pintas" de los diputados de Podemos son "prejuicios elitistas". Y aquí es donde uno empieza a mosquearse. Porque, verán, no es que los políticos anteriores a Iglesias y Errejón (sí, sí, antes de ellos ya existía la política. Y la democracia) puedan presumir de intelectuales. El problema es que se supone que estos sí lo son, que estos nos van a salvar de los otros. Y aquí es donde uno se puede llegar a derrumbar psicológicamente. Hasta se podría llegar a decir aquello de: "A veces pienso que soy progresista. Luego pienso en Podemos y se me pasa". Porque lo preocupante no es lo que Podemos hace sino lo que Podemos ve (con acierto), lo que tiene bien observado: qué es lo que la sociedad está demandando, qué es lo que vende, qué es lo que le va a comprar. Como en la educación, si uno pretendiera vender un libro hablando de que el conocimiento se adquiere con esfuerzo (supongamos...), vendería mucho menos que otro (supongamos, también) que hablara de un método infalible para aprender sin esfuerzo y con mucho cachondeo. Y Podemos ha sabido ver que si tú a la gente le hablas de elitismo, huye despavorida, así que ha optado por el anti-elitismo emocional. Ojo, que veo venir a alguno de lejos: todos los partidos buscan lo mismo: el poder. Hablo de Podemos porque, tristemente, son los más listos. 

Termino con un desdichado ejemplo: en el Teatro de la Comedia de Madrid se van a representar durante este mes adaptaciones de las Novelas Ejemplares de Cervantes. Uno de los actores de la compañía explica con precisión la intención que tienen al mostrar al público la obra de Cervantes: "Lo que intentamos es", decía hace unos días el acto en el Telediario de la televisión pública, "no caer en la ampulosidad, en lo reverencial, en que no se nos quede intelectual. Intentamos dar en la diana de lo que nosotros creemos que eran estos clásicos en principio, que es que eran populares". Y con esta justificación, las imágenes de TVE nos enseñan cómo los personajes del escritor manchego portan guitarras (modernas, no vayan a pensar que se trata de una referencia a la guitarra de cinco órdenes de la época, ingenuos), maracas... vemos una especie de tablao flamenco...hasta que el director del montaje nos dice que se ha acercado a la obra "con respeto pero sin reverencia". Desde luego, esto último no hace falta ni decirlo. Con la apostilla "un Cervantes en zapatillas tan clásico como contemporáneo", cierra la noticia Ana Blanco.

Pues eso, que no nos quede intelectual y que llegue al público.

Os quiero, tíos.

16 comentarios:

  1. Como de costumbre, dando en el clavo (clavo elitista, vade retro, incluso)
    Si como digo hace tiempo, ya tenemos licenciados LOGSE, ¿cómo no vamos a tener políticos LOGSE? Serán ignorantes (y profundamente resentidos contra el "elitismo" aunque sean hijitos de papá) pero no tontos.
    Vamos a una legislatura digna del País de las Maravillas¡Qué profundo asco y qué profunda náusea!

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  2. En la dualidad fondo/forma se ha tendido, en todas partes, hacia las formas.

    Vayamos al fondo, querido tocayo:

    "La cosa es que hoy, lo que se echaba de menos, "lo que se lleva", no es la honradez, la frescura en las ideas, el rigor en los planteamientos, la crítica constructiva o la capacidad de persuasión, que son, a mi modesto entender, las cualidades que podrían ayudarnos a recuperar la fe en la política".

    ¿Honradez? Indispensable.
    ¿Frescura en las ideas? Quizá fuera mejor profundidad; pero se acepta.
    ¿Rigor? Ineludible.
    ¿Crítica constructiva? Sobran los adjetivos. Falta que sea también reflexiva.
    ¿Capacidad de persuasión? En absoluto. Los que vivimos la transición, con un ligero estado de con(s)ciencia, podemos recordar el rechazo que producía la palabrería. Esperábamos (seguimos haciéndolo; yo, al menos) que los nuevos tiempos implicaran solvencia, trabajo duro y profundidad, no la persuasión que conviene a los embaucadores.

    Creo.

    Gracias, en todo caso.

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    1. Pero persuadir no es embaucar. Y no hay crítica válida que no proceda de la reflexión. Gracias ti por tu comentario.

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  3. Uno de mis platos favoritos son las rabas. En Cantabria se llama así a lo que en la mayoría de los lugares de España se denominan calamares. El bicho del que se originan unas y otros no es el mismo, pero llegado el asunto del plato a los menos avezados todo les sabe igual y se les da gato por liebre fácilmente. Lo que ya me resulta inconcebible, por disparatado a mi paladar, es el asunto de regarlos con limón, siquiera porque ello supone estropear un manjar.
    Del mismo modo, me resulta inaceptable deteriorar una definición o una argumentación con el contraste de un adjetivo fuera de lugar: hay agresiones que ofenden antes incluso de doler. Tal es el caso de esa anti-maravilla denominada "prejuicios elitistas": hablar de prejuicios es una hazaña gloriosa porque refleja claramente, en un solo término, la soberbia idiotez con que conviven muchos individuos de este país; pero escupir la referencia al elitismo es una metedura de pata total comparable al limón sobre los calamares. ¿Por qué no quedarnos con la realidad tal cual, con el sabor genuino de las rabas?
    Así estamos, Alberto, temerosos por lo que no conocemos, como en los tiempos oscuros del mito, agobiados ante la novedad y, no creo que te agrade la comparación, volviendo a discutir sobre la validez de las vestimentas y los atavíos, como en ciertas cabalgatas. Con los prejuicios a cuestas, con el elitismo a vueltas. ¿Mi receta? Las rabas o los calamares, al plato; el limón, en el vaso del gin-tonic. Felicidades por el artículo, aunque confieso que, para mi gusto, sabe más a calamares que a rabas, aunque, justo es decirlo, ni encierra prejuicios (a pesar de ambas imágenes) ni resulta elitista. Un saludo.

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    1. Claro que encierra prejuicios, amigo Manuel. Ninguno estamos a salvo de eso. Pero te agradezco la valoración y sobre todo el comentario. Y añado: no tengo miedo ninguno a lo desconocido sino a lo conocido. A esto último, casi pavor. Seguramente no me he explicado tan bien como me habría gustado pero no me preocupa tanto Podemos como que Podemos sepa qué tipo de píldoras milagrosas le está pidiendo esta sociedad que tenemos. Un abrazo.

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  4. Iba a decir que la política en serio empezaba el lunes, pero ha empezado ya. Lo que pasará el lunes es que ya no nos acordaremos de rastas, bebés ni batucadas. Estaremos muy atentos a la política que haga cada uno, porque el país no está para bromas. Y al que patine ahí, de poco le servirá darse golpecitos en el pecho o bailar como nadie con Pablo Motos: lo va a pagar, aunque sea dentro de cuatro años. Los ciudadanos no estamos tan indefensos, el voto de castigo existe. Y duele, vaya si duele.

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    1. Eso es cierto, Pablo. Existe la posibilidad de "suspender" al partido que sea. Poco castigo es, pero castigo al fin y al cabo. Un abrazo y gracias también por emplear una parte de tu tiempo en dejar un comentario en este blog.

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  5. Pues a mi me ha gustado mucho su reflexión Sr. Royo, yo lo diría más a lo bestia, porque ya sabe Ud. que yo no soy tan culta como Ud. creo que le voy cogiendo el punto Sr. Royo

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  6. Perdón se me ha olvidado decir que yo soy muy de izquierdas, no se si ahora se dice así, claro que yo soy de las históricas, por eso de la edad y lo vivido.

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    1. Yo creo que sí. Una cosa es que esta izquierda sea poco reconocible y otra que no se pueda ser de izquierdas.

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  7. No es por nada, pero yo diría que pasar el limón del plato de rabas a la copa de gin-tónic supondría estropear el brebaje en cuestión. El limón, mejor con bicarbonato por si acaso las rabas y el gin-tónic no son digeridos convenientemente. Un saludo.

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  8. Muchas gracias he disfrutado mucho con su artículo. Y al leer lo de los políticos de la Logse me he dado cuenta de que volvemos a lo mismo. La auténtica educación la descubrieron los padres de la Logse, lo que se hacía antes era un horror. Amamantar a los hijos y criarlos con apego era algo que nadie sabía hacer hasta q llegó la señora Bescansa. Y la auténtica política, pura y desinteresada, la verdadera democracia va allegar ahora.

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    1. Gracias a usted por el comentario y por su visita, Vega. Un saludo.

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