domingo, 27 de agosto de 2017

Algunas reflexiones estivales


Defender el conocimiento y pretender enseñar tu asignatura es "de soberbios". Ser emprendedor social y transformar el mundo, sin embargo, es de una humildad aplastante.
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Hablaba Peter Watson, autor de Historia intelectual del siglo, de la "emoción instantánea que no exige ningún esfuerzo intelectual". Y es que en toda esta batalla que algunos estamos librando, esta es una idea crucial. Nadie niega la emoción (intrínseca) del conocimiento. Lo que se discute es la concepción cursi y superficial de la emoción. 
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¿Enseñar no es chic? La obsesión de algunos con la vocación, creo que tiene mucho que ver con la necesidad de vender una imagen glamurosa de nosotros mismos, aunque eso suponga, en el caso de la enseñanza, renunciar a la principal misión del profesor, que es enseñar. Lo preocupante no es que haya quien nos exija funciones que no nos corresponden. Lo grave es que muchos docentes acomplejados se avergüenzan de decir que enseñan y se ven obligados a mostrarse como educadores y casi a pedir perdón por haber osado enseñar su materia, en lugar de haber dedicado el tiempo de clase a "transformar el mundo". Yo ya me entiendo.
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Ante la publicación reciente de varios artículos que han sugerido la vinculación entre el terrorismo y la labor del profesor, quiero manifestar que mi responsabilidad como profesor de música en la enseñanza secundaria es transmitir con rigor los contenidos de mi materia, una disciplina, la música, que no solo contribuye a desarrollar hábitos esenciales, sino que también favorece la sensibilidad artística y el gusto estético, así como las habilidades sociales. Esta responsabilidad no es poca cosa, ni conseguir éxitos en tal cometido es sencillo. Se requiere dominar aquello que uno tiene que impartir y saber transmitirlo de forma seria pero entusiasta, adaptándose siempre a las situaciones que se encuentra, que son muchas y complicadas. Estoy convencido de que una buena enseñanza pública mejoría nuestra sociedad y de que una buena formación ayudaría a combatir el fanatismo. Pero no estoy dispuesto a que se me exija (¡incluso por parte de compañeros de profesión!) aquello que no me corresponde como profesional de la enseñanza.
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¿Es sospechoso defender el conocimiento? No sé qué sentido tiene acusar a quien defiende el conocimiento de "minusvalorar aquello que critica" o de mostrar poco "respeto, tolerancia o cercanía", algo que me ha ocurrido no hace mucho. Es lógico que defender el conocimiento implique la minusvaloración de la ignorancia. Pero no hay aquí soberbia sino todo lo contrario: los que defendemos el saber y la cultura somos perfectamente conscientes ...de nuestras limitaciones, que tratamos de paliar con esfuerzo y disposición. Y valoramos el privilegio de poder aprender de lo que gente más preparada que nosotros ha puesto a nuestro alcance. Nada hay de arrogancia, pues, en este posicionamiento, sino afán de lucha contra el anti-intelectualismo imperante, que no hay por qué tolerar (de hecho, no hay por qué ser tolerante con según qué o según quién), como no tenemos obligación moral de respetar las opiniones despreciables. Por fin, se puede ser cercano y exigente. Precisamente, la actitud cercana del profesor (cercanía controlada, no horizontal ni "asamblearia") resulta lo más eficaz si lo que queremos es inocular en nuestros alumnos el gusto por aprender.
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¡Qué obcecación con subestimar el conocimiento, confrontando los contenidos con los procedimientos o los valores!" La enseñanza no puede consistir solo en dar contenidos", dicen. Transmitir conocimientos supone educar en valores (el propio conocimiento es un valor en sí mismo), instruir en lo procedimental y ejercitar hábitos. Es algo complejo y profundo que solo el mediocre o el aprovechado puede atreverse a despreciar o minusvalorar.
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Responsabilidad. La responsabilidad individual es la gran olvidada en esta sociedad gaseosa. Y una de las claves del posicionamiento que algunos tenemos ante la deriva de nuestra enseñanza. Solo inculcando en casa (y reforzando en la escuela) el sentido de la responsabilidad, podremos lograr que los alumnos comprendan que han de encontrar la motivación en el mismo hecho de aprender y que el factor determinante del éxito de un alumno no es otro que su voluntad por adquirir conocimientos.
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Espontaneidad y tontuna irresponsable. Cuando se convierte al niño en un dios cuya espontaneidad ha de salvaguardarse a toda costa, cuando se pierde el norte considerando que exigir a tus hijos (o a tus alumnos) es signo de opresión y de falta de amor y que todo esfuerzo es traumático, cuando se entra en debates ridículos sobre si la exigencia se puede o se debe imponer, cuando se junta el postureo con el fanatismo histérico y la más profunda ignorancia, ocurren cosas que solo pueden ocurrir en una sociedad gaseosa. ¡Claro que la exigencia se impone! Si no, no sería exigencia. Cuando se exige, se impone, pues no se da opción. Hay que estudiar. Hay que poner la mesa. Hay que cruzar con el semáforo en verde y no cruzar en rojo. Hay que hacer la cama. No se mea uno en la alfombra. Esto no se enseña en la escuela; se inculca desde casa. Y no se aprende por descubrimiento. Se impone y se acepta. Lo que con el tiempo se aprende es que lo que nos han exigido ha sido provechoso para nosotros. En cualquier caso, lo sucedido no es ni mucho menos tan grave como lo que puede suceder a unos niños cuyos padres afirman que tratarían un cáncer con zumo de limón. Así estamos." Gilles Lipovetsky (capítulo séptimo de La sociedad gaseosa) observaba que 'la sociedad contemporánea pone en valor al individuo, cierto, y le da más poder sobre sí mismo para decidir sobre su vida, pero al mismo tiempo aumenta su fragilidad»'. Educamos a los niños, decía, «dulcemente», queremos «que sean felices y no los preparamos para lo difícil, para lo que Freud llamaba el principio de realidad». Lipovetsky lo llamaba 'el precio de la libertad'". 
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Compromiso docente. Cuando un profesor imparte clase sobre unos contenidos que a la mayoría de sus alumnos nunca les habrían interesado, no les está diciendo "aquí se hace lo que yo digo y punto", sino "confiad en mí". Cuando suspende a un alumno, no le está diciendo "no me importas", sino "me preocupo por ti. Te voy a ayudar en todo lo que pueda, pero no pienso estafarte".
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Bienestar y enseñanza. La idea de "bienestar" asociada a la enseñanza es, en mi opinión, una de las más nocivas ("tóxicas", diría un posmoderno). Hablando con un buen amigo sobre cómo el aprendizaje y el bienestar no deben ir vinculados, pensaba que es la insatisfacción la que te mueve a aprender aquello que no sabes, lo que no implica otra cosa que la inconveniencia de estar excesivamente cómodo a la hora de afrontar un nuevo aprendizaje.
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Paradoja educativa:  ¿No es paradójico que un sistema que pretende ser inclusivo termine siendo excluyente, pues solo los alumnos que procedan de situaciones social, cultural y/o económicamente favorables podrán acceder a los conocimientos que se les están negando en la escuela? ¿Quiénes se benefician de un sistema que no busca formar sino entretener, no enseñar sino proporcionar bienestar, que no aspira a la excelencia sino a la extensión de la mediocridad, que habla de espíritu crítico pero lo confunde con la cesión al capricho y la dejación de responsabilidad, que dice querer ciudadanos independientes y no manipulables mientras desdeña todo lo que es imprescindible para convertirse en un ciudadano libre?
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Hay que fastidiarse. Sin "vocación", y con ganas de empezar el curso.

Sorpresas te da la vida. La sociedad gaseosa, en el discurso del rector de la UMA de Caracas


"Sorpresas te da la vida", cataba Rubén Blades. Una de ellas es la referencia a La Sociedad Gaseosa en el discurso del rector de la UMA (Universidad Monteávila de Caracas) Francisco Febres-Cordero Carrillo.

"(...) Es bien conocida la categoría teórica de definir nuestra sociedad a través de lo que Zygmunt Bauman llamó Modernidad Líquida, es decir, una categoría sociológica que define a la sociedad “como una figura de cambio constante y transitoriedad, atada a factores educativos, culturales y económicos. La metáfora de la liquidez (que) intenta demostrar la inconsistencia de las relaciones humanas en diferentes ámbitos, como en lo afectivo y en lo laboral. (…) La sociedad líquida está en (un) cambio constante, lo que genera una angustia existencial, donde parece no haber sentido cuando se trata de construir nuevas cosas, ya que el tiempo y la propia modernidad impulsarán su desintegración. Así (según Bauman) nos encontramos como raza humana navegando los mares de la incertidumbre”.

Por su parte, Alberto Royo se atreve a ir más allá de la metáfora de Bauman y llega a categorizar a la cultura ya no como líquida sino con gaseosa, en el sentido de que:

'La misma cultura ha dejado de ser un conjunto consolidado de saberes para pasar a rendirse a la fugacidad y, finalmente, a la vaporosidad (caracterizada por) la inmediatez, la búsqueda de la rentabilidad, la falta de exigencia y autoexigencia, el desprecio de la tradición, la obsesión innovadora, el consumismo, la educación placebo, el arrinconamiento de las humanidades y de la filosofía, la autoayuda, la mediocridad asumida y la ignorancia satisfecha (que) hacen tambalearse aquello que pensábamos que era más consistente.'

La noticia, aquí.

La "sociedad gaseosa", mencionada en un artículo sobre la "nueva educación".

La filóloga y profesora de lengua y literatura Rosalía Aller hace referencia a La sociedad gaseosa en un artículo titulado “La ¿nueva? educación”.

Dice Rosalía Aller: "Compartimos las palabras de Alberto Royo, profesor de Música y escritor, en una entrevista reciente, realizada con motivo de la publicación de su libro La sociedad gaseosa, donde insta a los partidos políticos a combatir “la ola de pseudociencia que amenaza la educación”, en alusión al aprendizaje por proyectos o las inteligencias múltiples."

El artículo completo, aquí.