jueves, 14 de septiembre de 2017

Poseducación. La sociedad gaseosa, en el Diario Ara Balears.


Antonio Janer publica un artículo en Ara Balears (puede leerse aquí) sobre La sociedad gaseosa. Lo transcribo a continuación, traducido al castellano.

El prefijo post- ya se ha convertido en una auténtica plaga. Vivimos en la era de la postmodernidad, la postverdad, la postcensura, pero también de la "posteducación", en la que la educación es entendida como un espectáculo. Lo podemos leer en el ensayo 'La sociedad gaseosa' (Plataforma Editorial, 2017), de Alberto Royo, profesor de música en un instituto de Navarra. El título está en sintonía con la famosa "sociedad líquida" con la que Zygmunt Bauman aludió a la disolución de los principios tradicionales considerados hasta ahora estables.

Royo aplica las tesis del pensador polaco en el mundo educativo: "La misma cultura ha dejado de ser un conjunto consolidado de saberes para pasar a rendirse a la fugacidad y, finalmente, a la vaporosidad. La inmediatez, la búsqueda de la rentabilidad, la falta de exigencia y autoexigencia, el desprecio por la tradición, la obsesión innovadora, el consumismo, la educación placebo, el arrinconamiento de las humanidades y de la filosofía, la autoayuda , la mediocridad asumida y la ignorancia satisfecha hacen tambalear lo que pensábamos que era más consistente ".

El autor de 'La sociedad gaseosa' reivindica la formación intelectual de los profesores a partir de la cita clásica 'Primum discere, deinde docere' ( 'Primero aprende, después enseña'). Además, insiste en que sólo aquella persona que se apasiona con lo que ha estudiado es capaz de transmitirlo con entusiasmo. Los alumnos, sin embargo, no deben olvidar que aprender implica esfuerzo y que no siempre es divertido.
Sin duda, el camino hacia la belleza del conocimiento se puede allanar. Con todo, Royo, sin ser tecnófobo, lamenta la "homeopatía pedagógica" de las nuevas corrientes educativas que se preocupan más por entretener que por enseñar. En Infantil y Primaria, tiene todo el sentido del mundo el aprendizaje lúdico. En Secundaria, en cambio, hay más disciplina académica. No en vano, es la etapa en la que se ha de profundizar en los contenidos y se debe velar más por la maduración intelectual del alumno.
La radiografía de Secundaria que hace este profesor de música es bastante alarmante: con la rebaja del nivel de exigencia se incrementa el porcentaje de alumnos mediocres. Mientras tanto, los más brillantes son los grandes damnificados de una "posteducación" que ha convertido los institutos en centros terapéuticos de la felicidad y no del conocimiento. Royo mantiene que todas las personas deben tener la misma oportunidad para acceder a la educación. Recuerda, sin embargo, que no todas llegarán al mismo punto.

Las reflexiones del autor de "La sociedad gaseosa" me provocan sentimientos contrapuestos. En Secundaria he podido observar en persona los frutos del trabajo cooperativo, del trabajo por proyectos. El grado de implicación de sus profesores responsables es de admirar. Celebro mucho que ahora, en las aulas, se hable de inteligencia emocional y que las materias se enfoquen más desde la transversalidad para favorecer la promiscuidad intelectual. Mi educación, en cambio, estuvo presidida por el individualismo, la rigidez mental y el pensamiento acrítico.

Pero yo también, como Royo, desconfío de los cantos de sirena de la neoopedagogía, presidida por unos gurús abonados a un relativismo del todo estéril. Constato que se han perdido los hábitos de estudio, de concentración y de estar en silencio. También encuentro a faltar la cultura del esfuerzo y de la paciencia, tan necesarios para saborear los grandes placeres del conocimiento. El drama es cuando los profesores debemos desertar de nuestro papel de transmisores de cultura ante unos alumnos demasiado sobreprotegidos, no sólo por la familia, sino también por los mismos educadores.

Hay sesiones de evaluación que avergüenzan. "La vida te suspende o te aprueba una sesión de evaluación", leí hace poco en Can Twitter mientras discutíamos si aprobar un alumno de segundo de Bachillerato. La culpa, sin embargo, no es nuestra, sino de un sistema educativo que va a la deriva con constantes reformas que sólo responden a intereses partidistas y no pedagógicos. No se vislumbra ningún debate político serio sobre la preparación y la aptitud tanto de docentes como de alumnos. Las oposiciones, así como están planteadas, dejan mucho que desear.

En medio de este desbarajuste nos encontramos con una sociedad que desconfía de los profesores, pero a la vez delega en ellos toda la educación de sus hijos. Ahora las escuelas no sólo deben enseñar, sino también educar. En tiempos de la "posteducación" hay, pues, más cordura e implicación por parte de todos. Ya nos lo recuerda Royo en 'La sociedad gaseosa': "Si entendemos que a través de la educación, del buen periodismo, de los buenos libros podemos mejorar la sociedad, haríamos bien de protegerla de esta postmodernidad decadente".

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