jueves, 14 de diciembre de 2017

Entrevista en La Razón


Pocas personas existen hoy en día con tan pocos reparos a la hora de reconocer que el rey está desnudo. Alberto Royo (Zaragoza, 1973) es profesor de Instituto (de música) y autor de dos libros que han levantado todo tipo de ampollas entre los partidarios de las nuevas educaciones. Precisamente uno de ellos se llama Contra la nueva educación y es una llamada a reflexionar sobre lo débiles que están siendo los cimientos desde hace décadas a la hora de educar (padres y profesores) a los alumnos. Firme defensor del esfuerzo y la constancia, ni cree que la letra con sangre entra ni que haya que buscar la diversión y la felicidad a la hora de aprender a costa de todo. Como si se tratase de un profesor de la famosa serie televisiva Fama de los ochenta, su lema parece ser: saber cuesta esfuerzo. Sus entrevistas pisan muchos callos por cuanto tira mucho del sentido común. No considera posible que un alumno llegue a nada si no aprende a responsabilizarse, a esforzarse y a memorizar (otra de sus grandes batallas ideológicas).

Así comienza la entrevista que Gema Lendoiro me hizo para La Razón y que está publicada en la sección "Familia".

El texto completo, aquí.

sábado, 2 de diciembre de 2017

"Profesores", en Diario de Navarra

Mi artículo "Profesores", hoy , en Diario de Navarra.

Profesores

El diario El Mundo editorializaba hace unos días sobre los profesores. A mí, que se hable de nosotros me genera a veces desconfianza. Suelo acordarme del Agente Moxley, del FBI, que perseguía a Robert De Niro en la película “Huida a medianoche” y siempre preguntaba, receloso, cuando le traían noticias: “¿Me voy a cabrear?”. Y, en efecto, se cabreaba, porque siempre eran noticias desfavorables. No me tengo por agorero (es algo que un profesor no puede permitirse), pero sería de agradecer que los medios de comunicación, de cuando en cuando, reconocieran nuestro trabajo, capacidad y compromiso. El de los profesores “normales”, no el de las estrellas del espectáculo pospedagógico. El de los profesores que queremos hacer algo tan provocador como enseñar nuestra asignatura, sospechosos de mirar únicamente por nosotros y por aquello que enseñamos, cuando pocos trabajos hay  más volcados a los demás que el nuestro. Quisiera comentar algunas afirmaciones de este artículo titulado “El docente, eje del debate educativo”, comenzando por desmentir que lo seamos. Porque no lo somos, aunque debiéramos serlo. Ni los profesores que conozco, que no son pocos, ni yo, hemos sido consultados jamás de cara a ese pacto de Estado, seguramente porque estamos dando clase y eso nos invalida como “expertos educativos”, que, como todos ustedes saben, son aquellos que no dan clase.

Se decía también en el texto que los profesores nos enfrentamos a “situaciones incómodas” por la pérdida de “autoridad” y de “disciplina”. Pero no ayuda que algunos medios abanderen campañas “new-age”, concedan el mismo valor a la opinión informada que a la desinformada o publiciten pedagogías poco serias que menoscaban de facto nuestra autoridad profesional y que confunden disciplina con sumisión y autoridad con tiranía, cuando ni la autoridad ni la disciplina están reñidas con el inexcusable respeto al alumno, la deseable cercanía y la preocupación de todo buen docente por sus estudiantes.

Tampoco puedo compartir la idea de que los profesores nos sentimos insatisfechos por “tanto cambio legislativo”, pues no lo ha habido. Seguimos con la filosofía de la ley del mínimo esfuerzo, del igualitarismo a la baja, con el añadido del sometimiento a las leyes de la Utilidad y la Empleabilidad de unos, que se suman al Buenismo ingenuo y meramente estético de otros. La insatisfacción de los profesores no proviene de los cambios de leyes. Proviene de la incomprensión, de la exigua consideración social, del hecho de que en lugar de facilitársenos el trabajo, se nos pongan trabas, del poco tacto con que a menudo se nos trata.

Es cierto, como se recogía en el editorial, que algunas familias ponen en duda nuestros métodos didácticos (discusión absurda, pues la diversidad metodológica es tan amplia, no solo entre los profesores sino dentro de un mismo profesor, que recurre a estrategias muy distintas según los contenidos que va a impartir o las circunstancias y características de sus alumnos, que difícilmente las familias podrían conocer el método de cada uno de nosotros), y no menos absurda por el hecho de que quien entiende de este asunto es el profesional de la enseñanza y no el aficionado, el beneficiario o el interesado. Estoy igualmente de acuerdo en que el alumno es el principal responsable del éxito y del fracaso académico, y que ni se puede “culpar de sus malos resultados al profesor” ni restarle mérito por los buenos. Pero flaco favor nos hace el que, reconociendo esto, carga contra el profesor por su supuesta carencia de formación didáctica. Precisamente el excesivo énfasis en lo procedimental ha sido uno de los errores más graves que se han cometido en la enseñanza. No necesitamos más didáctica porque la didáctica se encuentra en nuestra propia práctica docente y no es otra cosa que la manera en que enseñamos. Y que esta didáctica sea más o menos eficaz depende de nuestro dominio de la materia, de nuestras ganas de enseñar, de nuestra experiencia en el aula, de las condiciones de trabajo de que dispongamos y del interés y capacidad de nuestros estudiantes.

Si, como alguien dijo, “educa toda la tribu”, tratemos de ir todos en la misma dirección. Si se quiere saber qué ocurre en las aulas, qué problemas tenemos, cómo se podrían solucionar, pregúntesenos a los expertos de verdad, a los que día a día nos batimos el cobre intentando enseñar a nuestros alumnos adolescentes, sin perder el ánimo, procurando despertar su interés y adaptarnos a sus escasos hábitos, que dificultan ya lo bastante nuestra labor como para tener que contrarrestar también un ambiente social en el que el mérito no es valorado y se tiende siempre al facilismo. Por mucho que hablemos de sociedad del conocimiento, lo que de verdad se echa en falta es una cultura del conocimiento, la admiración a quien sabe más porque fijarnos en él o en ella es el mejor estímulo que podemos encontrar para mejorar. Y urge propiciar con decisión las condiciones adecuadas para que esa transmisión de conocimiento (en su más amplia extensión, englobando los contenidos, procedimientos, hábitos y valores contenidos en el propio conocimiento) que ha de proporcionar la escuela para amparar la igualdad de oportunidades, se produzca con unas mínimas garantías. Prestígiennos. Los profesores de a pie no pedimos premios ni ovaciones. Solo queremos que se cuente con naturalidad y consideración lo que hacemos y la importancia de lo que hacemos.

Alberto Royo es guitarrista clásico, musicólogo, escritor y profesor en el IES Tierra Estella.